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Pekin express 2016 2/5 9 agosto, 2016

Posted by jmorsa in Viajes.
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A pesar de que fuimos ocho días, no he querido detenerme mucho y dedicar como suelo hacer una entrada por día. Este hecho ha sido debido a ser consciente de que aunque me gusta escribir con todo lujo de detalles, muchas veces, a muchos de los que por aquí os pasáis no son de leer detalles dejándose sorprender por lo que se les viene, si es que al final como en este caso, han decidido viajar a China y en concreto como yo a Pekín y Shanghai, por lo que voy a intentar no hacer más de cinco entradas (dos días por entrada), aunque no me hago responsable de lo infumable que puedan llegar a ser, ya que como digo me emociono mucho.Aún así, también os dejo claro que si alguien quiere más detalles (que a mi juicio ya habrá suficientes) y tiene dudas estaré encantado de contestarlo por los comentarios.

Por lo que empecemos ya con lo que queréis leer, jaja:

Día 1: Beijin huan ying ni!

Para ir, entre todas las compañías decidimos coger Air Italia, lo que significaba que la escala se haría en algún lugar de este país. Deseosos de que no fuera Venecia (lo siento por aquellos que les gusta, pero tras tres veces en la ciudad prefería otra ciudad que ver o descubrir), la casualidad nos llevó a la capital italiana, por lo que pensamos que de cara a que no queríamos estar 6 horas en un aeropuerto pequeñito iríamos a perdernos por la ciudad hasta que llegara la hora de volver a coger un nuevo avión.

El vuelo salía a las 6, por lo que teníamos que estar a las 4 de la mañana, sin embargo, el vuelo se retrasó mandándonos un mail y un mensaje e texto al móvil, por lo que aunque la cosa de salir por Roma se jodería hasta nuestra vuelta (de no retrasarse también) jodí menos a mi padre que era el que nos iba a llevar en coche al aeropuerto debido a que nos tocaba madrugar menos.

El vuelo surgió sin más percance que los típicos gilipollas que se creen los reyes del mundo bajando su sillón como si detrás no hubiera nadie, pero ya sabéis como va esto; o te toca un subnormal que carece de empatía o un niño tocacojones, por lo que aunque dormir, lo que se dice dormir, lo deberíamos habérnoslo propuesto en el otro avión por aquello de reducir en la medida de lo posible el famoso «jet lag», mi cansancio por el madrugón (que tampoco fue tanto) y  el ruido constante del motor acabó por dormirme mientras a mi lado (nuestro, porque Segundo y yo íbamos juntos), una mujer se metía en internet pese a las advertencias del piloto a apagar este tipo de dispositivos y escribía como si no hubiera mañana.

Tras llegar a Roma, o mejor dicho, el aeropuerto de Roma y sabiendo que nos tocaba esperar (no tanto como teníamos pensado pero si 4 horitas), decidimos hacer tiempo viendo las tiendas del «dutty free» y comiendo en el Mc Donald, pese a que después nos darían de comer y cenar en el propio avión.

Por lo que al cabo de un tiempo, que se nos hizo bastante corto la verdad,  ya era la hora de coger nuestro nuevo avión y lo cogimos, poniendo Segundo su reloj comparado para la ocasión para llevar la hora de china y saber cuándo y cuándo no era el mejor momento para dormir.

Los momentos en los que no hablábamos y tocaba mantenerse despierto, yo jugueteaba con la pantallita del ordenador que te ponen en el sitio de delante (esta vez era yo el niño tocacojones), viendo un cachito de la sirenita en italiano, como se veían las nubes desde el avión o intentando jugar al tetris porque estas cosas tienen de todo para que se te haga corto el viaje, haciendo un vuelo de lo más normal si no fuera porque ya empezábamos a sentirnos únicos en el mundo (había muy pocos occidentales) llegando a Pekin a las seis de la mañana después de 11 horas sin apenas movernos del asiento.

Tras la cogida la maleta, nos metimos en el tren en busca de nuestro primer hotel en la zona de Beijing South Railway Station, el Hanting Express Beijing south Railway Station. Como siempre un barrio «creepy» del estilo a la Ventilla de Madrid, pero que sin duda, nos pillaba genial de cara a la mañana siguiente, dado que cogíamos el tren en esa estación para irnos a Shangai. Por lo que una vez dejadas las maletas y registrarnos en el hotel tras callejear en su busca (Segundo tenía por si acaso la ruta en el móvil a lo GPS) con una china que para hablar con nosotros usaba un traductor móvil en el que escribía cosas como «son tantos yenes» o «esta será vuestra habitación», dejamos las cosas en la habitación y tras sacar algo de dinero en el cajero, decidimos preguntar sobre nuestros billetes a Shangai que «supuestamente» llegaban al hotel (ahora entenderéis el porque he entrecomillado supuestamente).

Después de una ardua conversación con la pava de la recepción que decía que allí no había nada de la agencia China high lights, se nos quitaron las ganas de ir, como teníamos pensado, al palacio de verano y subimos a la habitación con el fin de acceder al wifi y escribir a la agencia en cuestión para conocer qué había pasado un mail, dado que incluso su teléfono (mira que eso de llamar, nos salía por un pico) llamábamos y no nos lo cogía nadie pese a tener un bonito botón que decía «24 horas».

En la habitación del hotel no me detengo mucho; incluso porque con el enfado y los movimientos estereotipados del momento, no pude detenerme a hacer las fotos habituales, pero recuerdo que la cama pese a dura, fue una de las mejores donde dormir en toda mi estancia en el gigante asiático y el baño tenía una curiosa puerta que según cerraras era inodoro o ducha, así como una mascarilla ante gas que teníamos cada uno en la mesilla respectiva de cada uno, fue un «What?».

El caso es que tras hacer una zanja alrededor de la cama de dar vueltas alrededor de la misma sin saber que hacer, dado que barajábamos el anular lo de Shanghai y buscar un hotel en Pekin para dos días, me negué a que nos jodieran las vacaciones y fuimos a la estación para, si bien admitir que nos habían tongado y quedado con nuestro dinero por «la face», al menos hacerme con dos nuevos billetes de ida y vuelta para ir como teníamos previsto ir.

La estación, lejos de ser un lugar donde podéis encontrar todo tipo de restaurantes a lo franquicia, rollo KFC -no sé que les pasa a los chinos, pero tienen uno en cada esquina- o incluso starbucks, para comprar los billetes en la estación parecía una autentica odisea dado que parece más que estación, era Wall Street. Por lo que a lo beijinés me metí entre las filas (porque esa es otra, allí no respetan las colas para ninguna cosa) y pese a que eramos los únicos occidentales con un par, pedí dos billetes a Shanghai con nuestros pasaportes en inglés.

De pronto, la china que sólo hablaba en chino (o al menos hasta ese momento) nos dijo el precio y cuánto costaban alertándonos de que teníamos reservados otros sitios a nuestro nombre. Como su inglés que reconozco que no era muy bueno, sumado a lo que ya sabéis que para hablar con esta gente has de hablar por unos agujeros que están más abajo de lo normal, un hombre de nuestra fila habló con nosotros para decirnos que esos billetes reservados no estaban aún pagados, por lo que necesitábamos un código si los queríamos, por lo que sin código decidimos comprar otros bajo nuestra cuenta y riesgo y así hicimos. ¡Ya teníamos billetes para ir y volver de Shanghai!

Una vez conseguidos, todo hay que decirlo, gracias a la amabilidad de ambos que se involucaron mil en atendernos como se debía; una porque es su trabajo y otro por buena gente, regresamos al hotel y tras respirar hondo, aliviados porque dentro de lo malo habíamos superado la primera prueba de Pekin Express, tomaos la determinación de escribir a la agencia de muy malos modos y explicarles lo acontecido poniendo en copia hasta el mismísimo Mao para que se le cayera la cara de vergüenza, mientras que descartábamos con todo el lío y finalmente, la idea de ir al palacio de verano cambiándola por ver la plaza de Tiananmen y degustar unos bollitos que compramos al peso en la propia estación tras nuestra victoria y sin saber bien a que podían saber.

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Una vez llegados a la plaza y tras un calor intenso y húmedo, que nos hacía sudar como nunca llegamos a dicha plaza donde tras pasar el arco de seguridad (esa es otra, en China hay este tipo de arcos por toooodos lados) y mezclarnos entre el gentío y la contaminación, decidimos probar lo que habíamos comprado en la pasarela subterranea que va de un lado a otro de plaza con diferentes salidas. Después de probar tan preciado bocado (por los chinos,porque para nosotros sabía un tanto horrendo), y subir a la plaza, fuimos testigos de lo que sería nuestra primera foto con unas orientales que se acercaron sigilosamene para decirnos en un mediocre inglés eso «please, do you want to take a picture with us?» (lo siento, ¿quieres hacerte una foto con nosotras?), recibimos la primera de tres o cuatro llamadas de la agencia con la que habíamos cerrado el viaje a Shanghai para regular la situación y pedirnos disculpas por su mala gestión, cosa que ignoramos debido a que coger una llamada así eran mínimo 3 euros el minuto.

Tras hacernos las fotos de rigor, andar y andar y sin darnos cuenta hasta llegar al mercado de cosas raras (Mercado gastronómico de Donghuamen) en donde te sirven escorpiones y estrellas de mar trinchados como un pincho moruno), sedientos, decidimos que era mejor quedarnos por la zona del hotel por no palicearnos desde el primer día, por lo que cansado de sus llamadas y cabreado con una mona por la insistencia de la dichosa agencia para decirnos que ella había comprado ya los billetes, la cogí de una vez y tras intentar entendernos quedamos en que necesitábamos justificar que las plazas que habíamos comprado estaban ocupadas para que nos devolvieran el dinero.

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Así que más aliviados porque encima de todo lo pasado, nos devolverían el dinero, puesto que incluso la buena mujer nos lo puso en chino y nos dio su teléfono por si hubiera algún problema, con una sonrisa por todo lo que habíamos vivido para ser el primer día y poniendo el reloj la alarma porque mañana iríamos finalmente -y como teníamos pensado- a Shanghai tras una cena express en la estación de tallarines y dumplings.

Día 2: Shangai; ¡qué guay!

Una hora antes de que partiera nuestro tren, según lo que nos habían dicho, ya estábamos en la estación (Beijing South Railway Station) para coger nuestro tren.

La estación era (y es) enorme, llena de andenes. Sin embarho, el billete ya te dice en cual tienes que estar y porque parte, porque al ser tantos chinos y tantos vagones, según tu número entras por unas escaleras u otras. Por si fuera poco esta facilidad, es aún más fácil saber en que fila estas, porque mientras que en otras filas sólo ves chinos, en la de Shangai vez occidentales que como tu ponen cara pez cuando ven los chinos que se les cuelan como si no hubiera un mañana, y hablan de sus aventuras en China entre ellos.

En este caso y puede que por tener diez mil chinos en medio no pudimos relacionarnos con ninguno, pero no era ningún problema, porque nosotros veníamos a ver Pekín -o en este caso, Shangai- y no a hacer amigos, por lo que tras una hora de cola absurda, las puertas de los torniquetes se abrieron y unas azafatas peripuestas y maquilladas como una puerta nos comprobaban billetes y en nuestro caso, pasaportes.

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Ya en el tren, el viaje consistiría en una especie de Madrid-París en cuanto a distancia, pero a tal velocidad (300 km/h) que parecería un Madrid-Valencia (eran 1.206,20 km y los hicimos en tres horas y poco), en el que nos tragaríamos un vídeo propagandístico sobre lo guay que ha sido china a lo largo de la historia y echáramos varios pulsos para hacer algo de tiempo en camino de ida.

Alucinados inicialmente con por donde pasábamos y la velocidad que cogíamos, por no hablar de cosas curiosas como que los asientos no tenían plaza E pasando del sitio D al F o encontrar Bled (Eslovenia) en la revista de turno de viajes que tienes en el respaldo del asiento delantero, cuando llegaron las revisoras que eran las mismas azafatas que nos atendieron inicialmente enseñamos el cartelito que nos había enviado la agencia y viendo que no funcionaba para nada, la llamamos sin más respuesta que me colgaran y seguidamente me pusieran el contestador. Por lo que antes de que me llevaran los mil demonios Segundo me tranquilizó y decidimos decir que todo estaba bien para ir a Shanghai y ya nos preocuparemos de este tema a la vuelta de las vacaciones.

Llegados a Shanghai y tras la ruta del GPS de Segundo que tenía escrito hasta el número de calles que había que contar desde que girábamos a la izquierda en una al lado de la estación (tranquilos que si no lo habéis hecho así, no pasa nada porque las calles tienen el nombre en inglés o al menos en pinjin para guiaros mejor), llegamos al hotel donde dejamos las cosas tranquilamente (aquí si que sabían ingles), alucinamos con el mueble bar y una sección de cochinadas rollo preservativos y lubricantes, así como otras «cositas» de mujeres, nos pusimos en marcha para ver todo lo que teníamos escrito que veríamos con alguna cosa extra por si daba tiempo.

El Charms Hotel estaba relativamente cerca de la calle principal del centro, incluso se podía ver uno de los edificios más famosos de la ciudad; la perla del oriente, aunque nuestra habitación no tenía ventana pero si aire acondicionado (me pregunto como ventilarán estas habitaciones, jaja). Lo cierto es que era fácil llegar al centro, la calle comercial es una especie de preciados donde miles de chinos compran y se dejan engatusar por otros chinos que venden relojes de dudosa reputación o móviles de última generación.

Nosotros como ya habíamos oído estos temas en foros, pasábamos mayormente de lo que nos decían diciendo «Bu yao, xie xie» -no gracias- a todo el que se nos acercara, como a lo tonto entre hotel y demás ya era hora de comer, nos aproximamos cada vez más cerca del tradicional Bund, algo así como el malecón de la ciudad en el que se pueden ver cosas como el Banco de Desarrollo de Pudong, antes Banco de Hong Kong y Shanghái, donde se fundó el banco HSBC (que es HongKong Shanghai Banking Corporation en inglés) frente al Pudong, es decir, el distrito financiero  y tradicional estampa con algunos de los rascacielos más importantes y altos del mundo después de Dubai, por lo que antes de llegar, decidimos que era hora de callejear y salir de los precios que tienen los restaurantes en las zonas turísticas y comer en un localito con cuatro taburetes un menú de tallarines con cocacola que entre los dos nos salía por cosa de 7 u 8 euros los dos (tanto nos gustó que cenamos allí también).

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Una vez llenos de energía llegamos a los sitios que ya he dicho antes y tras las ochocientas fotos, decidimos coger lo que llaman Bund Sightseeing Tunnel (por 50 yuanes los dos) para cruzar de un lado al otro por el río Huangpu sin coger el metro.

Ciertamente y sabiendo de que se trata, es mejor pillar el metro, pero si vas con críos o chinos (porque sinceramente, no sé que tiene el túnel pero les alucina) es una forma original de pasar al otro lado. Se trata de un tunel acuático -aunque no ves el agua- lleno de luces y sonidos estridentes por el que pasas en una especie de funicular.

Visto una vez no hace falta que te compres el ida y vuelta, pero tampoco tiene un precio tan desorbitado para no cogerlo, aunque te quedarás con cara pez cuando empieces a ver leds de colores por todo el túnel y una voz susurrante que te diga eso de «welcome to dreams tunnel» (bienvenido al túnel de los sueños), ¡cuidado los epilepticos!.

Una vez en el otro lado,  y tras otras setecientas fotos de rigor, decidios que era el momento de ver la ciudad desde el cielo, por lo que he aquí la clavada. Acostumbrados a comer por 10 euros a lo sumo los dos y unos 7 euros por un túnel luminoso digno de la antigua mina del Parque de Atracciones de Madrid, los rascacielos saben que tienen público asegurado y por tanto lo explotan.

Son muchos los edificios que hay en la zona del Pudong, pero cuando fuimos solo tres eran visitables en los que ya nada más bajar del tunelcito ves las colas (al menos de uno de ellos), entre los que hay gente que te hace fotos y las enmarca o incluso camisetas por pocos yuanes (hablo en pasado, porque no sé cuando vas a ir si estas leyendo esto, y puede haber cambiado).

Por un lado, tenemos la Perla del Oriente, o como la llaman en algunas guías la Torre Perla Oriental, uno de los edificios más altos de Asia y la quinta torre de televisión más alta del mundo. Inaugurada en el año 1995, tiene una altura de 468 metros y un total de tres miradores; el «Módulo espacial» de 350 metros, «Ciudad del espacio» a 90 metros en donde se encuentra el Museo de Historia de la ciudad y se está construyendo un parque de atracciones dedicado al mundo del futuro y el típico restaurante giratorio a 267 metros.

Este edificio es el más visitado por los chinos, no sé si por ser el más cercano a la salida del metro o su historia, pero eso es algo que saben y te cuesta por persona unos 220 yuanes (30 euros).

Por otro lado está Shanghai World Financial Center, o como lo llamaba Segundo «el abrebotellas» por su peculiar forma,  su altura final es de 492 metros y tiene 101 pisos (aunque su mirador se encuentra a 440 metros en el nivel 97), oficialmente abierto en el 2007. Se encuentra un pelín más apartado y pese a que subes un poco más que la perla, los chinos lo prefieren menos, por lo que nadie te quita de pagar 180 yuanes.

Y por último y al que subimos -pese a lo apartada- por 160 yuanes cada uno, la Torre de Shanghai, abierta hacía un mes (de hecho cuando fuimos aún había obreros) y no sé si cuando lo leas, pero cuando nosotros estuvimos,  632 metros, con 128 pisos y una superficie de 420 000 m² lo coronaban como el segundo edificio más alto del mundo y el edificio más alto de China, por no hablar de que era (y espero que sea, porque me dure el presumir de haber estado) el mirador más alto del mundo.

La verdad que estuvo genial, me tuve que poner las gafas para apreciarlo como se debía, y como era el más alejado, no había apenas gente por lo que pudimos estar tranquilos y echarnos las fotos que nos dieron la gana tras ver una exposición inicial sobre la historia de los rascacielos en el mundo.

Como tal y si vas, también tienes la Jin Mao Tower, o como ellos la llaman el «Edificio Dorado de la Prosperidad», con 88 plantas  (93 si se cuentan las plantas de la aguja) y 420,5 metros, no es como tal visitable en plan con entrada, pero si le echas morro o tienes dinero, puedes ir alguna de sus plantas altas e ir al Club Jin Mao (planta 86), un restaurante de la cocina de Shanghai, Cloud 9 (87), un sky bar con vistas panorámicas no sé a qué precio, porque pasamos. Incluso más abajao hay gimnasios con piscina (Club Oasis, planta 57) y clubs de jazz (The Piano Bar, planta 53).

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Después de la visita, volvimos al hotel para descansar y ducharnos un poco debido a la calorina que había en la calle, para volver a ésta ya de noche e ir a cenar (como digo al mismo chino del medio día), ver la preciados shangaiyesa (no sé como se dirá) de noche con sus luces y ver nuevamente el bund iluminado.

¡Craso error!, no por la calle (aunque aviso a los que penséis en regalos, mirar en calles menos transitadas precios porque en ésta abusan de éstos), sino porque apenas estaba iluminado. Por lo que decepcionados de no ver la perla como en las fotos y postales que vendían como souvenir y tras disfrutar un poco de la brisa (lo cierto es que de noche se podía estar), decidimos volver al hotel por el camino largo, es decir por lo que llaman Xitiandi, una zona peatonal de tiendas, restaurantes y ocio  en la que supuéstamente se enmarcaba una bucolica pagoda en medio de un lago (según la Loney Planet), resultando ser sí, una pagoda pero rodeada de otras tiendas que habían emulado a ésta entre las que se podía vislumbrar cosas como un KFC o un Mc, quitándole todo lo bucólico y el glamour y el Tianzifang es una antigua zona residencial de la Concesión Francesa y último la Renmin square (Plaza del pueblo) en donde según la misma guía, los domingos (o sea, el día en el que estamos) los padres buscaban ligues a sus hijos.

Finalmente, y pese a que estábamos en las inmediaciones del hotel, decidimos meternos en el metro, porque a pesar de estar cerca, de noche era una odisea encontrarlo, alterándonos y queriendo estrangularnos mutuamente para descansar, porque al día siguiente podíamos seguir disfrutando de la ciudad hasta las 17 de la tarde.

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